Institute for Integrative Psychotherapy

Artículos de Psicoterapia Integrativa



IMPLICACIÓN

Por Richard G Erskine, Ph.D.

Traducido por Jesús Cuadra.

Este corto artículo sobre la implicación terapéutica es la tercera parte de una serie de tres. El primero, “el Contacto-en-Relación” se centró en la importancia del contacto y la sintonía afectiva dentro de una psicoterapia relacional. El segundo artículo, “las Necesidades Relacionales,” perfiló ocho necesidades presentes en las relaciones humanas y sensibilidad terapéutica a esas necesidades cuando surgen en el proceso terapéutico.

La implicación se entiende mejor a través de la percepción del cliente de una sensación de que el terapeuta está plenamente en contacto y se implica de verdad en el bienestar del cliente. Evoluciona partiendo de la indagación respetuosa del terapeuta sobre la experiencia del cliente y se desarrolla a través de la sintonía del terapeuta con el afecto y ritmo del cliente y con la validación de sus necesidades. La implicación incluye estar totalmente presente con y para la persona en un modo que sea apropiado para el cliente según el funcionamiento de su nivel de desarrollo y su necesidad actual de relación. Incluye un interés genuino en el mundo intrapsíquico e interpersonal del cliente y una comunicación de ese interés a través de la atención, la indagación y la paciencia.

La implicación terapéutica se mantiene por la vigilancia constante del terapeuta para proporcionar un ambiente y una relación de seguridad y certidumbre. Es necesario que el terapeuta constantemente esté armonizado con la habilidad de los clientes para tolerar el conocimiento que surge de las experiencias del pasado para que no se agobien una vez más en la terapia como puede haber ocurrido en una experiencia anterior. La implicación terapéutica que enfatiza el reconocimiento, la validación, la normalización, y la presencia disminuye el proceso defensivo interior.

El reconocimiento del cliente por parte del terapeuta empieza con una sintonía con su afecto, sus necesidades relacionales, su ritmo, y el nivel de desarrollo a que corresponde su funcionamiento. A través de la sensibilidad hacia las necesidades relacionales o la expresión fisiológica de las emociones, el terapeuta puede guiar al cliente para darse cuenta y expresar las necesidades y los sentimientos o reconocer qué sentimientos o sensaciones físicas pueden ser memorias — la única manera de recordar que puede estar disponible. En muchos casos de fracaso de la relación las necesidades relacionales o los sentimientos de la persona no se reconocieron y puede ser necesario en psicoterapia ayudar a la persona a adquirir un vocabulario y aprender a expresar esos sentimientos y necesidades. El reconocimiento de las sensaciones físicas, las necesidades relacionales, y los afectos ayuda al cliente a afirmar su propia experiencia fenomenológica. Conlleva la presencia de un otro receptivo que sabe y comunica que sabe sobre la existencia de los movimientos no-verbales, las tensiones de músculos y los afectos, o incluso las fantasías.

Puede haber habido momentos en la vida de un cliente en que se reconocieron los sentimientos o las necesidades relacionales pero no se validaron. La validación comunica al cliente que sus afectos, defensas, sensaciones físicas, o patrones comportamentales se relacionan con algo significativo en sus experiencias. La validación proporciona un vínculo entre la causa y el efecto; valora las idiosincrasias del individuo y la manera en que están en relación. Disminuye la posibilidad de que el cliente repudie internamente o niegue la importancia del afecto, la sensación física, los recuerdos o los sueños. Y apoya al cliente valorando su experiencia fenomenológica y su comunicación transferencial de la relación necesitada, en consecuencia la autoestima se incrementa.

La intención de la normalización es influir sobre la manera en que los clientes u otros pueden categorizar o pueden definir su experiencia interior o sus esfuerzos comportamentales de capear la situación desde una perspectiva patológica o de “hay-algo-malo-en-mi” hacia una en la que se respetan los esfuerzos arcaicos de resolución de los conflictos. Puede ser quizá esencial que el terapeuta se oponga a los mensajes sociales o paternales tales como “Eres tonto por sentirte asustado” con una afirmación clara del tipo “Cualquiera se asustaría en esa situación.” Muchas escenas retrospectivas (flashbacks), fantasías raras, pesadillas, confusión, pánico, y actitudes defensivas son todos fenómenos normales de capear las situaciones anormales.

Es indispensable que el terapeuta comunique que la experiencia del cliente es una reacción defensiva normal – una reacción que muchas personas tendrían si se encontraran en experiencias de vida similares.

La presencia se proporciona a través de respuestas sintonizadas continuas del psicoterapeuta tanto a las expresiones verbales como a las no-verbales del cliente. Ocurre cuando la conducta y la comunicación del psicoterapeuta en todo momento respeta y refuerza la integridad del cliente. La presencia incluye la receptividad del terapeuta hacia el afecto del cliente, a ser impactado por sus emociones; a conmoverse y aún así permanecer sensible al impacto de las emociones del cliente y no ponerse ansioso, deprimido, o enfadado. La presencia es una expresión del contacto pleno interior y exterior del psicoterapeuta. Comunica la responsabilidad, la confiabilidad y la fiabilidad del psicoterapeuta. A través de la presencia plena del terapeuta es posible el potencial transformativo de una psicoterapia orientada-a-la-relación. La presencia describe que el terapeuta está proporcionando una conexión interpersonal segura. Más que sólo a través de la comunicación verbal, la presencia es una comunión entre el cliente y terapeuta.

La presencia se refuerza cuando el terapeuta se de-centra de sus propias necesidades, sentimientos, fantasías o esperanzas y se centra en cambio en el proceso del cliente. La presencia también incluye lo contrario de de-centrarse; es decir, el terapeuta que está totalmente en contacto pleno con su propio proceso interior y sus reacciones. La historia del terapeuta, sus necesidades relacionales, sensibilidades, teorías, su experiencia profesional, su propia psicoterapia, y lecturas que le interesan todo conforma las reacciones únicas del terapeuta hacia el cliente. Cada uno de estos pensamientos y sentimientos dentro del terapeuta es una parte esencial de la presencia terapéutica. El repertorio del conocimiento y experiencia del terapeuta es un recurso rico para la sintonía y la comprensión. La presencia involucra tanto la aportación de la riqueza de las experiencias del terapeuta a la relación terapéutica como el de-centrarse del sí mismo del terapeuta y el centrarse en el proceso del cliente.

La presencia también incluye permitirse a sí mismo ser manipulado y conformado en cierto modo por el cliente de manera que eso mantenga la autoexpresión del cliente. Como psicoterapeutas eficaces nosotros usados para representar con el cliente y auténticamente llegamos a ser la arcilla que se amolda y se da forma para encajar en la expresión por el cliente de su mundo intrapsíquico hacia la creación de un nuevo sentido del sujeto y del sí-mismo-en-relación (Winnicott, 1965). La presencia fidedigna, sintonizada del terapeuta se opone a la sensación del cliente de vergüenza y de descuento de su auto-valoración. La calidad de la presencia crea una psicoterapia que es única con cada cliente: sintonizado e involucrado con las necesidades relacionales emergentes del cliente.

Lo que da a la psicoterapia su efecto transformador de las vidas de las personas es el enfoque del psicoterapeuta en las necesidades relacionales del cliente y la relación entre el cliente y el terapeuta. Semejante relación nunca puede estandarizarse o prescribirse o incluso cuantificarse por medio de la investigación. La singularidad de cada relación terapéutica surge de la sintonía y de la implicación del terapeuta que es sensible al conjunto de las necesidades relacionales del cliente -- una terapia de contacto-en-relación.

REFERENCIAS:

Winnicott, D.W. (1965).

The maturational process and the facilitating environment.

New York: International Universities Press.

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